Nadie sabe cómo te quiero, ni cómo te quise, ni lo que me queda por quererte.
Yo he estado en sus infiernos, los he vivido, con todo su calor, me quemaba y resistí. Él ha estado en mis glorias, las ha sufrido, me ha aguantado cada tormenta de ego.
Enfrascados el uno y el otro en las piernas de uno y de otro, como si la cama de una cárcel se tratase, nos inventamos auroras, cantamos en los amaneceres, y cerrábamos los ojos a cada golpe de cordura. Un vagón de tren podía ser una nave del tiempo, y una ventana, una inspiración para la esperanza. Cuando quieres a alguien tanto, que por la misma razón, llegas a odiarle, te das cuenta de que el resto del mundo, se ha quedado atrás, que la única razón por la que te levantas todas las mañanas es su maldita sonrisa, con su maldita dulzura, con sus malditos hoyuelos. La única razón por la que afrontas el frío del invierno, es la esperanza de que su calor, te salve, te guarde, te recoja.
Y cuando todo se acaba, cuando la aventura ha terminado y ninguno de los dos ha salido ganando, en ese momento, todo lo que lees sobre amor, se queda corto, te parece poco. Todo te parece mediocre; y no es culpa de ellos, sino tuya, mía, nuestra.